La primera referencia que leí en relación a esta frase fue en el libro ¡Dios la que se armó! de Francisco Candel, segunda parte de Donde la ciudad cambia su nombre. Preparando la conferencia de presentación Paco Candel recuerda la anécdota de un hombre que tenía un amigo llamado Diego y le escribió una carta. Dicho hombre deseaba no cometer ninguna falta en la carta, eso que no consiguen jamás los libros que se publican. Pero en cuanto empezó la carta cometió el error. En lugar de poner Querido Diego, puso Querido Digo. No se apuró. Colocó una nota o asterisco al lado de la equivocación y al pie de la página la aclaración siguiente: Donde digo Digo no digo Digo que digo Diego. El Candel venía a querer decir con todo esto que al escribir su libro, donde dijo Digo, dijo Digo y no Diego, por ello ocurrió lo que ocurrió, porque no cabía excusa ni equivocación alguna.
En el refranero español la expresión Donde dije digo, digo Diego se utiliza para rectificar una afirmación o desdecirse. La persona que habla y se arrepiente de lo que ha dicho, lo corrige, negando lo anterior. También se utiliza para anunciar un cambio de opinión. La persona que rectifica su discurso no admite abiertamente su error o cambio de opinión. Niega que antes haya afirmado una determinada cosa. También se usa esta frase hecha para criticar a quien ha cambiado sus palabras después de dichas.
No se ha localizado de momento el origen exacto de esta frase muy utilizada en el idioma español.
Acerca de Paco Candel
Paco Candel: el cronista de los márgenes que dio voz a los sin voz. Francisco Candel Tortajada, más conocido como Paco Candel, es una de las figuras más singulares y comprometidas de la narrativa española del siglo XX. Su literatura nace del asfalto, de los barrios obreros de la periferia barcelonesa, y de una vida atravesada por la migración, la pobreza y el deseo de justicia social. Nacido en Casas Altas (Valencia) en 1925 y afincado en Barcelona desde los dos años, Candel fue un escritor autodidacta, periodista de vocación e intelectual de acción, que supo trasladar con extraordinaria autenticidad la vida de los olvidados a la narrativa contemporánea.
Su obra más emblemática, «Donde la ciudad cambia de nombre» (1957), supuso un hito por ser una de las primeras novelas españolas en retratar la dureza de la inmigración interior hacia Cataluña, la formación de los suburbios y las tensiones identitarias de una Barcelona que se expandía caóticamente tras la posguerra. Lejos de la retórica folclórica o el costumbrismo complaciente, Candel retrata un mosaico humano tenso y contradictorio, en el que sus personajes —muchos de ellos inspirados en su propia experiencia vital— buscan sobrevivir entre barracas, fábricas, discriminación y sueños truncados. Esta narrativa, a medio camino entre la crónica social y la novela testimonio, tiene un valor documental incuestionable, pero también una pulsión estética muy marcada: la prosa de Candel es directa, sin artificios, pero cargada de lirismo y hondura emocional.
Otro de sus títulos más significativos, «Los otros catalanes» (1964), supuso un verdadero fenómeno sociológico y político. En este ensayo narrativo, que fue bestseller en su momento, Candel explora el choque y la convivencia entre los catalanes de nacimiento y los inmigrantes llegados del resto de España, especialmente de Andalucía, Extremadura y Murcia. Publicado en plena dictadura franquista, el libro fue una sacudida en la Cataluña oficialista, acostumbrada a ignorar esa nueva realidad suburbial que crecía a espaldas de la ciudad burguesa. «Los otros catalanes» es un texto lúcido, crítico pero esperanzador, que aboga por la integración desde el reconocimiento mutuo, la dignidad compartida y la cultura del trabajo.
Paco Candel no fue únicamente un narrador de la miseria, sino un escritor profundamente humanista. Su literatura rechaza el victimismo y se sitúa en una mirada ética que reconoce en cada personaje —por insignificante que parezca— un sujeto digno, un depositario de experiencia y un portador de verdad. En este sentido, su obra conecta con autores como Camilo José Cela en sus primeras novelas o con Ignacio Aldecoa, aunque su tono es menos corrosivo y más compasivo.
La crítica más elitista lo relegó durante años a un segundo plano, encasillándolo como autor de barrio, cuando en realidad su aportación es esencial para entender la evolución social y cultural de la España urbana contemporánea. Candel construyó un puente entre literatura y realidad, entre la denuncia social y la narrativa popular, y su legado, hoy más vigente que nunca, nos recuerda que la buena literatura no siempre está en los salones, sino muchas veces en las calles donde «la ciudad cambia de nombre».

